Ahora, pasado el tiempo, me doy cuenta de lo importante que es ese día para cualquiera que se considere amigo de Jesús. Se entra en la dimensión de Dios. Durante mis años de lejanía, dejé de disfrutar de este maravilloso regalo, pero una vez que volví a la Casa del Padre, no puedo prescindir de él. ¡Qué gran regalo nos hizo el Señor! Nos prometió quedarse con nosotros siempre, y allí está esperándonos cada día en la Eucaristía. ¡Qué suerte tenemos!
martes, 20 de mayo de 2008
21 de mayo
Mañana es 21 de mayo. ¡Pues vaya! pensaréis algunos. Para mí es un día especial. Un 21 de mayo hice mi Primera Comunión. Corría el año 66, o sea que hace un montón de años. Los más listos podéis hacer la cuenta. En esa época hacíamos la comunión con 7 años y a mí se me cayeron, unos días antes, los dos paletos. De modo que mi madre no me dejó sonreír en las fotos. Allí estoy yo con mi boquita bien cerrada para que no se viera el agujero de mis dientes. Recuerdo que no dormí en toda la noche mirando mi traje de comunión colgado en mi cuarto. ¡Qué emoción!
Ahora, pasado el tiempo, me doy cuenta de lo importante que es ese día para cualquiera que se considere amigo de Jesús. Se entra en la dimensión de Dios. Durante mis años de lejanía, dejé de disfrutar de este maravilloso regalo, pero una vez que volví a la Casa del Padre, no puedo prescindir de él. ¡Qué gran regalo nos hizo el Señor! Nos prometió quedarse con nosotros siempre, y allí está esperándonos cada día en la Eucaristía. ¡Qué suerte tenemos!
Ahora, pasado el tiempo, me doy cuenta de lo importante que es ese día para cualquiera que se considere amigo de Jesús. Se entra en la dimensión de Dios. Durante mis años de lejanía, dejé de disfrutar de este maravilloso regalo, pero una vez que volví a la Casa del Padre, no puedo prescindir de él. ¡Qué gran regalo nos hizo el Señor! Nos prometió quedarse con nosotros siempre, y allí está esperándonos cada día en la Eucaristía. ¡Qué suerte tenemos!
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