jueves, 15 de octubre de 2009
Alegría
Tenía que ir hoy a hablar sobre la alegría al grupo Emaús, pero aquí estoy varada como una ballena a causa de la gripe. No saben si es la A, la B o la C, el caso es que tengo gripe y no puedo ir a trabajar, ni salir de casa, ni mezclarme con nadie. Es un poco rollo pero es estupendo descansar un poco y no tener horario. El día se estira como un chicle y parece transcurrir mucho más lentamente. Cuando me llamaron para pedirme que fuera a hablar de la alegría, no tuve dudas y dije que sí. La razón es que creo que si un grupo de personas se reúnen en oración, y el Señor les pone en el corazón un nombre y disciernen que esa es la persona que puede realizar algún servicio, yo no puedo decir que no a eso. No porque crea que yo estoy preparada, sino porque me cuesta decir que no al Señor. Bueno, pues andaba yo a vueltas con esto de la alegría, cuando me ha sorprendido la dichosa gripe. Pero el Señor ha seguido dándome "chispazos" y no puedo dejar de pensar en ello.
Yo creía que la alegría era mi carisma. Pero no es así. Me explico. La alegría es uno de los frutos del Espíritu Santo. Durante años yo he hablado de mi alegría en el Señor como si fuera un carisma que yo tuviera. Al cabo de los años el Señor me ha ido revelando que se trata de un fruto, de una manifestación de la obra del Espíritu en mi vida. La verdad es que es muy distinto. Hablamos mucho de los crismas y los dones en la Reno, pero creo que se habla poco de los frutos. El P. Tom Forrest ya lo ha dicho, creo que en el Boletín del ICCRS,. Empecemos a hablar de los frutos, de la cosecha. De lo que el Espíritu ha sembrado y está creciendo y dando alimento a tantos grupos, a tantas personas. La alegría fruto de la acción del Espíritu, no tiene nada que ver con la alegría a la que estamos acostumbrados en el mundo. El P. Cantalamessa lo decía este fin de semana con meridiana claridad. La alegría en el mundo , el placer, es lo primero que se busca y después vienen las lágrimas, la frustración, la desesperanza. En cambio Cristo nos muestra el camino contrario, primero la pasión, la cruz, y después la alegría perpetua, la alegría en la resurrección, en la esperanza sin fin. El planteamiento es completamente opuesto. Por eso los que nos tratan de convencer desde los púlpitos modernos (radio, televisión, prensa, Internet) que la alegría es algo contrario a Dios, no podrían estar más equivocados.
Yo lo he experimentado en mi vida. Cuando no creía en Dios y me valía sólo por mí misma, mi vida fluctuaba de estados eufóricos a estados depresivos. Tenía momentos de alegría esporádicos, seguidos de momentos de profunda tristeza. Os aseguro que es una montaña rusa a la que no me gustaría volver. Desde que volví a la Casa del Padre, he conocido la alegría en el Señor. Como se dice al final de la Plegaria Eucarística: "Por Cristo, con Él y en Él". Y es más fuerte que tú, y te arrastra y no la puedes contener. Como ese agua viva de la que habla Jesús a la Samaritana. Y además es algo increíble pero el Señor se hace alegre en ti. Sí, como el niño saltó en el vientre de Isabel al ver a María, sientes como si el Señor danzará de gozo por ti, y eso te hace todavía más alegre. En Sofonías 3, 14-18 dice: "¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén! Ha retirado Yahveh las sentencias contra ti, ha alejado a tu enemigo. ¡Yahveh, rey de Israel, ésta en medio de ti, no temerás ya ningún mal! Aquel día se dirá a Jerusalén: ¡No tengas miedo, Sión, no desmayen tus manos! Yahveh tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! Él exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los día de fiesta".
¿Qué más se puede pedir? Yo lo siento en el momento que empiezo a alabar, en el momento de la Consagración, en los momentos de oración íntima con Él, en cada Adoración, cuando Él está presente. En la Reno lo cantamos "Esta alegría no va a pasar, esta alegría no va a pasar, esta alegría no va a pasar. (¿Por qué?)Porque está dentro de mi corazón. El fuego cae, cae, los males salen, salen, y el creyente alaba al Señor". Es eso, está dentro de ti y no importa lo que suceda a tu alrededor, la alegría en el Señor no cesa. Es más fuerte que tú.
Cuando yo era pequeña (13 años) interpreté el papel de María en la función de Navidad de mi cole (el Británico). Era en inglés y en un momento determinado caía de rodillas y recitaba el Magnificat. Me lo aprendí de memoria y pasaron muchos años hasta que me dí cuenta de lo que había recitado en esa función. Lo que en aquel momento eran palabras sin sentido, aprendidas de memoria, ahora se han hecho himno constante en mi vida. Creo que el Magnificat es una proclamación de alegría perpetua en el Señor, de agradecimiento y que cada uno de nosotros podríamos hacer nuestras sus palabras iniciales: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador".
Desde que recibí la Efusión en el Espíritu no he cesado de sentir esa alegría en el Señor que inunda toda mi vida y le doy gracias a Dios por ser capaz de manifestarla y de manifestarse en mí con tanta fuerza. No es algo mío, lo tengo claro, pero permitidme que lo sienta como una marca de identidad. Es como si el Señor me hubiera sellado, me hubiera marcado con ella para que fuera visible para todos. Hace años me sucedió algo en Maranatha. Estaba de servidora en un Seminario de Vida en el Espíritu y había un hermano de los nuevos que no podía soportar mi alegría. Un día que estábamos compartiendo me lo dijo, y yo me quedé bastante mal. Me daba pena hacerle daño, pero no podía evitar alabar con alegría. Se lo dije a Pedro Reyero, y su respuesta fue: "Tú eres las castañuelas de Dios, y las castañuelas de Dios no pueden dejar de sonar". Desde entonces me he dejado utilizar por el Señor, y he seguido siendo sus castañuelas. Unos días con más repiqueteo, otros días más suaves, como el Señor disponga que para eso es Él el que las toca. Bueno, ya os dejo, y lo voy a hacer con algo que San Pablo les dijo a los Filipenses, y que todos conocéis perfectamente: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres". (Todo esto se lo dedico especialmente a mis hermanitas del grupo Emaús de Madrid).
Yo creía que la alegría era mi carisma. Pero no es así. Me explico. La alegría es uno de los frutos del Espíritu Santo. Durante años yo he hablado de mi alegría en el Señor como si fuera un carisma que yo tuviera. Al cabo de los años el Señor me ha ido revelando que se trata de un fruto, de una manifestación de la obra del Espíritu en mi vida. La verdad es que es muy distinto. Hablamos mucho de los crismas y los dones en la Reno, pero creo que se habla poco de los frutos. El P. Tom Forrest ya lo ha dicho, creo que en el Boletín del ICCRS,. Empecemos a hablar de los frutos, de la cosecha. De lo que el Espíritu ha sembrado y está creciendo y dando alimento a tantos grupos, a tantas personas. La alegría fruto de la acción del Espíritu, no tiene nada que ver con la alegría a la que estamos acostumbrados en el mundo. El P. Cantalamessa lo decía este fin de semana con meridiana claridad. La alegría en el mundo , el placer, es lo primero que se busca y después vienen las lágrimas, la frustración, la desesperanza. En cambio Cristo nos muestra el camino contrario, primero la pasión, la cruz, y después la alegría perpetua, la alegría en la resurrección, en la esperanza sin fin. El planteamiento es completamente opuesto. Por eso los que nos tratan de convencer desde los púlpitos modernos (radio, televisión, prensa, Internet) que la alegría es algo contrario a Dios, no podrían estar más equivocados.
Yo lo he experimentado en mi vida. Cuando no creía en Dios y me valía sólo por mí misma, mi vida fluctuaba de estados eufóricos a estados depresivos. Tenía momentos de alegría esporádicos, seguidos de momentos de profunda tristeza. Os aseguro que es una montaña rusa a la que no me gustaría volver. Desde que volví a la Casa del Padre, he conocido la alegría en el Señor. Como se dice al final de la Plegaria Eucarística: "Por Cristo, con Él y en Él". Y es más fuerte que tú, y te arrastra y no la puedes contener. Como ese agua viva de la que habla Jesús a la Samaritana. Y además es algo increíble pero el Señor se hace alegre en ti. Sí, como el niño saltó en el vientre de Isabel al ver a María, sientes como si el Señor danzará de gozo por ti, y eso te hace todavía más alegre. En Sofonías 3, 14-18 dice: "¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén! Ha retirado Yahveh las sentencias contra ti, ha alejado a tu enemigo. ¡Yahveh, rey de Israel, ésta en medio de ti, no temerás ya ningún mal! Aquel día se dirá a Jerusalén: ¡No tengas miedo, Sión, no desmayen tus manos! Yahveh tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador! Él exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los día de fiesta".
¿Qué más se puede pedir? Yo lo siento en el momento que empiezo a alabar, en el momento de la Consagración, en los momentos de oración íntima con Él, en cada Adoración, cuando Él está presente. En la Reno lo cantamos "Esta alegría no va a pasar, esta alegría no va a pasar, esta alegría no va a pasar. (¿Por qué?)Porque está dentro de mi corazón. El fuego cae, cae, los males salen, salen, y el creyente alaba al Señor". Es eso, está dentro de ti y no importa lo que suceda a tu alrededor, la alegría en el Señor no cesa. Es más fuerte que tú.
Cuando yo era pequeña (13 años) interpreté el papel de María en la función de Navidad de mi cole (el Británico). Era en inglés y en un momento determinado caía de rodillas y recitaba el Magnificat. Me lo aprendí de memoria y pasaron muchos años hasta que me dí cuenta de lo que había recitado en esa función. Lo que en aquel momento eran palabras sin sentido, aprendidas de memoria, ahora se han hecho himno constante en mi vida. Creo que el Magnificat es una proclamación de alegría perpetua en el Señor, de agradecimiento y que cada uno de nosotros podríamos hacer nuestras sus palabras iniciales: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador".
Desde que recibí la Efusión en el Espíritu no he cesado de sentir esa alegría en el Señor que inunda toda mi vida y le doy gracias a Dios por ser capaz de manifestarla y de manifestarse en mí con tanta fuerza. No es algo mío, lo tengo claro, pero permitidme que lo sienta como una marca de identidad. Es como si el Señor me hubiera sellado, me hubiera marcado con ella para que fuera visible para todos. Hace años me sucedió algo en Maranatha. Estaba de servidora en un Seminario de Vida en el Espíritu y había un hermano de los nuevos que no podía soportar mi alegría. Un día que estábamos compartiendo me lo dijo, y yo me quedé bastante mal. Me daba pena hacerle daño, pero no podía evitar alabar con alegría. Se lo dije a Pedro Reyero, y su respuesta fue: "Tú eres las castañuelas de Dios, y las castañuelas de Dios no pueden dejar de sonar". Desde entonces me he dejado utilizar por el Señor, y he seguido siendo sus castañuelas. Unos días con más repiqueteo, otros días más suaves, como el Señor disponga que para eso es Él el que las toca. Bueno, ya os dejo, y lo voy a hacer con algo que San Pablo les dijo a los Filipenses, y que todos conocéis perfectamente: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres". (Todo esto se lo dedico especialmente a mis hermanitas del grupo Emaús de Madrid).
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3 comentarios:
Lou, no sabía que estabas malita.YO NO PUDE IR A MARANATHA EL MIÉRCOLES Y NO ME ENTERÉ.Cúrate pronto guapa y descansa.
Que se te cure la gripe a su debido tiempo. Mientras tanto, estiras el tiempo que a mí no me alcanza ahora que he empezado a trabajar.
Gracias por vuestros ánimos. El lunes volveré al cole. La verdad es que todavía estoy un poco machacada pero el médico ya me ha dado el alta.
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