domingo, 28 de junio de 2015

Días de bendición


He estado en Roma. Hacía un año que no iba y la verdad es que me encanta cada vez que voy. Esta vez iba para algo muy especial, traducir en el 3er Retiro Mundial de Sacerdotes y luego en el Consejo del ICCRS (Servicios de la Renovación Carismática Católica Internacional). En fin, días muy intensos y llenos de bendición.
La primera palabra que me viene a la mente cuando pienso en el Retiro de Sacerdotes en Roma, es ternura. Con todas las implicaciones que tiene la palabra. El Papa la utilizó muchas veces al dirigirse a los sacerdotes.
La emoción indescriptible de ver a tantos sacerdotes juntos como madrina del Fuego de Ars, es algo difícil de olvidar y de explicar.
El sentimiento de ser testigo de algo histórico. De algo importante en la vida de todos esos sacerdotes. Algo que nos va a marcar colectiva e individualmente.
El marco incomparable de la Basílica de San Juan de Letrán, catedral de Roma, sede del obispo de Roma, nuestro Papa Francisco.
Ternura, cordialidad, cercanía, libertad, sabiduría del que está de vuelta de todo, eso irradia el Papa. Como un abuelo aconsejando a la prole.
El momento precioso de la reconciliación y el lavatorio de pies. La adoración con el obispo de Camerún, ¡Cómo brilló el Señor!
La alegría desbordante de los sacerdotes bailando salsa al terminar la efusión con Patti Mansfield y el obispo Taveira. Alegría en el Espíritu. Contagiosa. Bulliciosa. ¡Puro gozo!
En fin, que ha sido un sin parar de sensaciones. Al final, la satisfacción del servicio cumplido y bien hecho. La certeza de que todo esto va a dar mucho fruto y que ya lo estamos notando.
Después se te queda como un vacío.
Los días siguientes tuve que quedarme a traducir al Consejo del ICCRS. Ya todo fue más tranquilo, aunque muy agotador. Estábamos en una casa preciosa de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, fundada por el español Enrique de Ossó. Al entrar en la casa, ya en el jardín (por cierto grande y precioso) había una estatua de la santa andariega. En fin, me sentí en casa. Nunca mejor dicho.
Y la vuelta al tiempo ordinario. Con sus cosas buenas y sus cosas malas. Pero siempre dando gracias al Señor, por todo lo que ha hecho, hace y hará.