viernes, 2 de abril de 2010

Viernes Santo


Esta mañana he ido a la Parroquia a ensayar los Oficios de la tarde con el Coro. Al terminar me he ido ante el Monumento, a contemplar a mi Señor. Iba con mi cuadernito, donde voy anotando cosas que me surgen:

"Son las 12 y tú vas cargando con tu cruz. Ya has caído varias veces por el peso de la misma. Tu madre te contempla impotente recordando, quizá, otras caídas, otras lágrimas, en tu infancia. ¿Cómo consolarla? Perder un único hijo de esa manera. Otras mujeres lloran también desconsoladas, quizá conmovidas por tu madre. No puedo llegar a imaginar lo que pasó por la mene de María. Unos te insultan, otros te azotan, otros te escupen, otros te lloran, otros huyen a esconderse, asustados por lo que pueda pasar.
Hemos visto tantas veces esa escena de tu subida al Gólgota, en tantas películas, cuadros, fotos, etc.. Recreada con mayor o menor fortuna. Por exceso o por defecto la miramos como algo ajeno a nosotros. Hoy muchos ni siquiera se acordarán de ti. Entre playas, chiringuitos, juegos y demás, no tendrán ni un minuto para pensar en ti. Y tú, ahí estás muriendo por cada uno de nosotros. Cumpliendo la alianza que el Padre quiso sellar con su pueblo con la sangre de su único hijo. ¡Cuánto amor! Duele pensar en tanto desamor por parte del mundo".
Luego ha sucedido algo que me ha hecho dejar de escribir. Despacio y con pasos inseguros ha llegado una señora que está ciega, del brazo de otra señora. La señora acompañante no sabía donde ponerse. La señora ciega le decía, "Cerca del Señor, cerca del Señor". Me ha parecido tan conmovedor. Ella probablemente pueda verle mejor que cualquiera de los que estábamos allí. Sólo necesitaba estar lo más cerca de Él que fuera posible. ¡Cuánta fe! Dicen que no hay mayor ciego que el que no quiere ver y en este mundo hay mucho ciego, porque hay muchísimos que no quieren ver la realidad palpable de la cruz, de la entrega, del sacrificio. Y todo sin pedir nada a cambio.

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