domingo, 5 de octubre de 2008

14 años de gracia

Ayer se cumplieron 14 años. Fue un 4 de octubre de 1994, yo acababa de cumplir 36 años. Llevaba mucho tiempo alejada de Dios y de la Iglesia. Prácticamente desde los 18, cuando entré en la facultad. Fue un cambio paulatino que me llevó a vivir la vida sin Dios. Yo creo que nunca llegué a ser atea, pero puedo decir que era una "pasota". No negaba la existencia de Dios, pero estaba convencida de que era para otros, que yo podía pasar de él totalmente. Y así viví, unas veces arriba, otras abajo, los siguientes 18 años de mi vida. Vivir de las fuerzas de uno mismo es agotador. Hay días eufóricos, momentos de intensa alegría, no felicidad, y otros en los que deseas no haber nacido y todo te parece sencillamente, y perdonad la expresión, "una mierda". Tuve una hija (mi querida Cecilia), me casé (el orden es correcto) y trabajé en distintos sitios que nunca me llegaron a gustar. En fin, una vida como otra cualquiera. La verdad es que bastante parte de ella me la pasé deseando tener otra vida, deseando vivir en otra casa, deseando que mi marido cambiara, lo único que nunca me decepcionó y que me ha llenado siempre de orgullo y amor es Cecilia. Ese día, amaneció como cualquier otro. Yo pasaba por un momento difícil. Estaba en paro, y luchaba haciendo traducciones para subsistir. Me sentía muy sola, con pocos amigos. Además, mi suegra, mi querida Miquette, estaba enferma de cáncer y yo no podía pensar en la vida sin ella. Me horrorizaba la idea de muerte, de enfermedad y me llenaba de una tristeza muy negra. A veces me he planteado ¿por qué ese día? ¿Por qué ese momento? En mi vida han existido tantos momentos de negrura. Pero yo creo que ese día fue cuando yo reconocí que no podía más, cuando verdaderamente tiré la toalla y grité pidiendo auxilio. Recuerdo que lloré mucho. Estaba sentada, como tantas veces, delante de mi ordenador. Había recibido una llmada de teléfono en la que me decían que no me iban a pagar unas traducciones ese mes, porque por un error administrativo hasta el mes siguiente no podían facturarlas. Esos rollos empresariales, en los que siempre pagan el pato los mismos. Ese detalle, esa llamada me hundió. Se me cayó el mundo encima. Fue la gota que desbordó un vaso que ya estaba muy lleno. No pude ni encender el ordenador para seguir trabajando. Estaba paralizada, llena de angustia y rota por dentro. En un principio lloraba enfadada, pero pronto mi llanto se convirtió en grito de ayuda. Me encontré gritando que si había alguien que me pudiera ayudar que lo hiciera. Sin darme cuenta le gritaba a Dios que viniera en mi auxilio. Y vino. Lo que sucedió a continuación fue el punto de inflexión en mi vida. Nada a partir de ese momento volvería a ser igual. Mientras lloraba y pedía ayuda, una voz en mi interior me iba diciendo:"Coge una Biblia". Al principio no hice caso, pero esa voz insistente se iba haciendo cada vez más fuerte y me vi obligada a escucharla y a hacer lo que me decía. Me levanté y busqué una Biblia. Yo no sabía donde podía haber una en mi casa, pero la encontré en una estantería llena de libros. Me senté, la abrí y leí. Era una palabra del profeta Isaías, del capítulo 46, versículos del 8 al 13. Lo primero que me saltó a la vista fueron unas letras en negrilla: "Yahvéh es dueño del futuro". Leí varias veces el texto y me fui llenando de paz. De pronto me sentí tan amada, tan especial y en voz alta dije:"Sí, quiero. Creo en ti y quiero que se cumpla esta palabra en mi vida". Yo no sabía ni lo que decía, pero se me hizo tan evidente, tan claro, que Dios había estado siempre en mi vida, acompañándome en cada paso, allanándome el camino, llevándome en brazos cuando no podía más, respetando mi silencio, mi distancia y sobre todo queriéndome tanto. La primera persona a quien llamé fue a Miquette. Ella no dejaba de decir "Aleluya, gracias Señor". Luego me contó que durante muchos años había estado orando por mí y que el Señor en su infinita misericordia había contestado su oración. ¡Qué maravilla! Ella fue la que me llevó a Maranatha. Empezaba un Seminario de la Vida en el Espíritu y me invitó a ir. Yo recuerdo que fui con una sensación de prevención, miedo, vergüenza, sin saber muy bien que pintaba yo allí. Pero, el Señor ya me había preparado la casa y la fiesta. Así conocí la Renovación Carismática Católica y desde el primer momento supe que era mi lugar. No porque yo lo hubiera elegido, sino porque el Señor lo había elegido para mí. En estos 14 años he conocido a gente increíble, he escuchado testimonios poderosos de la acción del Señor en las vidas de tantas personas. Algunas de esas personas ya han fallecido, como mi querida Miquette, y sé que me acompañan desde el Cielo. Otras siguen aquí conmigo y se han convertido en mis mejores amigos. En estos 14 años de gracia, ha habido momentos de alegría y tristeza, incluso algunos muy tristes, pero con el Señor ha sido todo distinto. Por Cristo, con Él y en Él, se puede todo. Os puedo asegurar, porque así lo he vivido que nada hay imposible para Dios. Absolutamente nada. Él puede transformar nuestra vida de un modo increíble y hacer que nuestros infiernos se transformen en Paraíso. Recuerdo que en un Retiro compartiendo con unas hermanas, toda una noche, llegamos a la conclusión de que a pesar de lo duras que habían sido nuestras vidas no queríamos cambiar ni una coma de ellas. Si nos dieran la oportunidad de volver a vivir, todas queríamos repetir nuestras vidas (que habían sido tremendas) porque en ese infierno nos vino Dios a ver y nos rescató. Por eso no puedo dejar de alabarle, de bendecir su nombre, de darle gracias en cada instante.

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