lunes, 24 de marzo de 2008

EL PRIMER DÍA

"Hoy es el primer día del resto de tu vida". Así decía un cartelito que me regalaron hace años. En esa época (años 70), cuando yo tenía 15 años, esos cartelitos te emocionaban y los atesorabas con auténtico celo. Años después, muchos años después, te das cuenta de lo banales que eran. Sucede lo mismo hoy con muchos pps que recibimos a través de internet. Te emocionan, pero los olvidas a los cinco segundos de haberlos cerrados. Al menos, los de ahora, no ocupan lugar. Por lo menos, no en tu casa. Se almacenan en tu ordenador y un buen día los eliminas sin saber muy bien porqué los has guardado tanto tiempo. Muchos ni siquiera los vuelves a mirar. ¡Cuántas cosas habré guardado a lo largo de mi vida! Pertenezco a una familia de "guardones", especie rara que acumula cosas sin saber muy bien porqué lo hace, pero con la insaciable necesidad de hacerlo. Un buen día abres un cajón y aparecen cosas insospechadas que no sabías ni que existían. Las miras, recuerdas, y las acabas tirando, preguntándote porqué las has guardado. Incluso te haces el propósito de no volver a guardar nada, y acabas volviendo a hacerlo, incluso diría que inconscientemente. Es superior a ti.
Hoy, he tirado muchas cosas. Hoy, he vuelto a hacer el propósito de no guardar más. La diferencia de hoy, con otras veces, es que verdaderamente estoy cerrando una etapa anterior. No acabaré de tirarlo todo hoy. Son demasiadas cosas, y además reviven tantos recuerdos que te hacen pararte más de la cuenta en cada objeto. Hoy me siento renacer.
Ayer volví de vivir la Pascua en Herencia. Ha sido muy especial para mí. Nos hemos reunido un montón de hermanos de muchos lugares de España. Algunos era la primera vez que tenían contacto con la Reno, y el Señor ha obrado maravillas en ellos. Yo, llegaba sin esperar nada. Es el tercer año que celebramos la Pascua en Herencia, y yo iba un poco a revivir las dos anteriores. ¡Qué equivocada estaba! Sabéis como a veces sin quererlo, vamos a los retiros como sabiéndonos todo lo que va a suceder. Ya tenemos tanta mili a las espaldas que nada parece que pueda sorprendernos. Gracias a Dios, Él sabe hacer las cosas mucho mejor que nosotros. No es que no te encante volver a ver a hermanos que no sueles ver, ni que no tengas ganas de alabar sin fin al Señor, ni que no quieras volver a escuchar a Chus y a Vicente, pero vas como sabiéndote el guión. Bueno, pues nada más llegar me torcí un pie. Una tontería. Un mal paso. Pero eso no estaba en mi guión. Yo, que llegaba dispuesta a saltar, a bailar y a ser "el alma de la fiesta", como estaba en mi guión, tenía que quedarme quieta. Los que me conocéis, aunque sea poco, sabéis, que es casi imposible que yo esté quieta. Esa primera tarde tuve que ponerme las zapatillas de estar en casa y sentarme con el pie en alto, mientras todos a mi alrededor cantaban y bailaban. Y yo sentada, con mis zapatillas. Pues, disfruté como una enana. Cómo puede moverse el Espíritu cuando tú no te puedes mover. Actúa en ti con muchísima más libertad y te hace llegar a una alabanza que no sabías ni que pudiera existir. Entendí lo del silencio ante Dios. Cuando tú no paras de hablarle al Señor, él no puede meter baza y no puede decirte lo que quiere, pero cuando callas todo es distinto. Lo mismo cuando te mueves demasiado. No es que no alabes en el Espíritu, pero a lo mejor no dejas que sea el Espíritu quien alabe en ti. Y al estar quieta, he sentido como el Espíritu alababa en mí. Como me llevaba a bailar como nunca había bailado.
Gracias a Dios, entre los hermanos que han ido hay muchas enfermeras y algún médico. Me cuidaron, me aconsejaron, me mimaron, oraron por mi pie y se preocuparon por hacerme sentir bien. Me he sentido tan regalada y querida, que no puedo dejar de darle las gracias a todos. Al final, una hermana me hizo acupuntura. Para que veais que tenemos de todo en la Reno. ¡Qué grande es el Señor y cómo se manifiesta en la comunidad! Mi pie fue mejorando y pude bailar en la Vigilia Pascual. ¡Gloria a Dios! Creo que Concepción, que murió el día de Jueves Santo, tiene algo que ver, porque a ella le encantaba bailar y ha debido contribuir para que yo pudiera hacerlo ante el Señor resucitado. ¡Gracias, Concepción!
La vuelta a casa siempre es dura, pero no podía esperar que tuviera que aterrizar tan forzosamente. Cecilia, mi hiija, ha estado estos días con su padre en Francia, en Guethary. Para los que no lo sepais, es un pueblecito de la costa vasca francesa donde he veraneado desde que me casé. Durante muchos años ha sido mi paraíso particular. La casa, Cantachoenea, es una preciosidad. Un caserío del año 1776 (al menos esa es la fecha en la piedra de la chimenea) con mucha historia en sus paredes. Allí están enterrados mis suegros y allí he vivido momentos de mucha alegría, y también de mucha tristeza, soledad y melancolía. Bueno, pues Cecilia me ha sorprendido trayéndome todas las cosas que yo tenía en Guethary. Por distintos motivos, Fernando va a vender la casa y está deshaciéndose de cosas. Entre ellas las mías. Desde que nos separamos él vive allí, y yo no he vuelto a ir. Yo no me acordaba de que tenía tantas cosas todavía en Guethary. Y ahora aquí estoy reviviendo muchas vivencias y tirando mi pasado. De allí lo que contaba al principio. Hoy me toca arrancarme de Guethary, desenterrar y sanar viejas heridas. Menos mal que ha sido después de la Pascua. Después de escuchar a Chus, en la mañana del sábado, hablar del descenso de Jesús a nuestros infiernos. De su viaje espiritual a lo más hondo y escondido de nuestro ser. De saber que Él quiere sanar hasta lo que ni sabíamos que todavía guárdabamos. Y en esas estoy, pero ya resucitada. No niego que me remueve ver todos estos objetos, pero no tengo tristeza, tengo certeza de que lo único de lo que no puedo desprenderme es de mi Señor Jesucristo. ¡Qué sería de mí sin Él! ¡Qué sería de todos nosotros! Por eso, hoy es el primer día de esta nueva vida. Y mañana, y pasado y al otro y.... hasta que Dios quiera. ¡Gloria a Dios!

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